El hombre advierte la presencia fugitiva de las horas. El que supo aprender a discernirlas en el espacio las verá avanzar discretamente vestidas, coronadas de frutos, de flores, o de rocío: primero las diáfanas y apenas visibles del alba: luego sus hermanas del mediodía, ardientes, crueles, resplandecientes, casi implacables, y finalmente las últimas del crepúsculo, lentas y suntuosas, que retarda, en su marcha hacia la noche que se aproxima, la sombra purpúrea de los árboles.
“La inteligencia de las flores”.